14.2.09

El Joven.

La cálida luz del sol acaricia la piel del joven que duerme.
Lo abriga de la brisa matinal y también de la ventisca interior, cuya hojarasca aún reposa junto con nuevas versiones de la soledad.



Los sonidos citadinos y hogareños que lo envuelven no llegan a sus oídos, nada puede perturbarlo en tamaña pasividad.

Arrastra dentro de sí otros murmullos: otras voces, otros problemas.
Imposibilitado de tomar decisiones sobre los propios, gusta de escuchar los ajenos.


La paz que quizás no es tan evidente durante su paso real en el día rutinario, es totalmente visible cuando reposa: los ojos firmemente cerrados, la boca semiabierta que deja escapar el aire que ya lo ha llenado, la posición desprolija pero al parecer cómoda en la cual yace, la respiración acompasada que produce una extraña pero suave música de fondo.



No sabremos qué esté soñando, en cuál mundo se encontrará vagando, con quiénes se estará viendo en este preciso instante; pero sí sabemos que no aparenta intención alguna de despertar, lo cual explica bastante la naturaleza de su sueño.



Mueve los brazos, cambiando de posición.

¡Qué agotado que está!


Ni el sol, ni los ruidos, ni la brisa; -¿felizmente?- ningún accidente externo puede quitar su ser del irrisorio mundo onírico.



Silencio. Silencio.



Repentinamente el joven comienza a abrir los ojos: milímetro a milímetro la luz penetra a través de las pestañas de sus párpados. Pestañea porque la visión se le presenta de manera muy brusca (con tanto tiempo en la oscuridad del ensueño, esos ojos cautivantes sufren ante el menor destello lumínico).

Emite un bostezo, se despereza, y acompaña la rutina con movimientos de su cuerpo a fin de ponerse de pie.

Aún medio dormido, nota algo frente a él.

¿Una persona?

Se refriega los ojos, quizás con ilusión, quizás sin interés.

Pero allí no hay nadie.

Sus emociones se mezclan.

Un triste jirón de algún viento perdido desperdiga la hojarasca por doquier; la soledad sopla también.


Mira el espacio vacío como si alguna vez hubiese estado ocupado por alguien.

Su mente trabaja más rápido que su cuerpo, que sigue de pie con los ojos abiertos frente al dichoso vacío espacio.

Y se da cuenta que no puede estar de pie por siempre, esperando que haya alguien ahí... para verlo despertar cada mañana.